El 30 de octubre el país amaneció distinto a otros domingos. La gente desde muy temprano se movilizó para lo que sería finalmente el regreso de la democracia en este país. Ilusionados, cada ciudadano iba a cumplir con su rol. Algunos, los más grandes y con experiencia, serían autoridades de mesa y fiscales, los demás votantes. Pasadas las 18 horas de aquel domingo comenzaron a contar los votos que lentamente fueron favorables a la fórmula Raúl Ricardo Alfonsín- Víctor Martínez a nivel nacional. En La Pampa se imponía Rubén Hugo Marín-Manuel Justo Baladrón, la fórmula del PJ. De este hecho hoy se cumplen 40 años.
Los canales de televisión, radios, diarios y las revistas enviaron a sus periodistas a las diferentes escuelas para captar el momento en que los candidatos, influyentes y celebridades emitieran su voto. Por supuesto, quedó registrado cuando Alfonsín y Lúder ponían el sobre en la urna. Pero también vimos a Susana Giménez, Mirtha Legrand, futuros diputados, jugadores de River y de Boca (tiempo después el apoyo de Hugo Gatti a la UCR le trajo problemas con la 12, la barra brava liderada por El Abuelo –de premonitorio nombre: José Barrita). Uno de esos que era esperado por los periodistas votó en el Colegio Rivadavia, a menos de dos cuadras de la estación Castelar. Era el entonces General Reynaldo Bignone, el presidente a cargo, el último de facto. Con traje marrón, corbata marrón, camisa beige y unos amplios anteojos oscuros se paró frente a los periodistas y casi sin escuchar sus preguntas soltó un largo mensaje auto celebratorio: “Tengo la enorme satisfacción de decir, como soldado que he sido toda la vida, que la misión ha sido cumplida”. Hoy, con mirada retrospectiva, la frase estremece. Pero Bignone se refería, con orgullo y su lenguaje entre marcial y alambicado, a haber comandado la transición. Presentaba casi como una graciosa (en ambos sentidos del término) concesión permitir a los argentinos votar.La fórmula radical de Alfonsín y Víctor Martínez se impuso con casi el 52% de los votos
En las calles había una sensación ambivalente. La alegría, el viento de esperanza y la emoción por volver a votar, por sentir que Argentina volvía a ser normal, convivía con la tensión, con la incertidumbre por los resultados. Las encuestas publicadas en los medios dejaban el panorama abierto. La revista Somos a principios de octubre se había jugado con una tapa contundente que decía “Gana Lúder”. Pero Gente, de la misma Editorial Atlántida, la misma semana había puesto en la portada a un Alfonsín sonriente, haciéndose el nudo de la corbata, y hablaba de Alfonsinazo.
Muchos de los que votaban al candidato radical estaban convencidos de que ganaría Lúder. Todavía tenían frescas las palizas electorales de 1973 y 1974 y los actos multitudinarios en Vélez, Córdoba, el Gran Buenos Aires y el de la 9 de Julio –siempre más concurridos que los radicales, pero siempre posteriores a ellos, siempre yendo un paso atrás que la campaña radical. El aura de invulnerabilidad del peronismo se imponía.
Sin embargo eran muchos los encuestadores que en las semanas anteriores tenían a Alfonsín adelante. Por diversos motivos no dieron a conocer públicamente sus trabajos. Algunos dudaban de su metodología, creían que algo habían hecho mal para que el resultado de sus encuestas fuera ese. Otros preferían no arriesgarse. Federico Aurelio, el encuestador del peronismo, le comunicó a su candidato que sus estudios lo daban como perdedor: no quisieron creerle.
Los ciudadanos iban a votar con felicidad y esperanza. Se volvía a elegir autoridades, regresaba la democracia. Abandonarla había salido demasiado caro, había provocado una tragedia inconcebible. Los diarios colgados en los kioscos celebraban la jornada. “Llegamos”, decía Clarín.
Las escuelas de cada ciudad y de cada pueblo del país se pusieron en movimiento muy temprano. Las autoridades de mesa aceptaron la convocatoria e hicieron los cursos previos para estar preparados para la gran cita del 30 de octubre. Se aprendieron con dedicación el código electoral. El concepto de carga pública se asumió con responsabilidad, casi como si fuera un honor, sin que hubiera lugar para la resignación. No meterse, no participar, delegar en otros, había salido muy mal.
La Gendarmería y otros miembros de las Fuerzas Armadas custodiaban escuelas y urnas.Un mes antes de las elecciones la revista Somos daba ganador a Luder. Muchas encuestas no publicadas veían a Alfonsín imponiéndose
En algunos sitios hubo zozobra inicial. Las urnas tardaban en llegar y los fiscales en ponerse de acuerdo. Los votantes esperaban en la puerta de las escuelas, mientras los encargados de cada lugar pegaban en la entrada las listas extensas del padrón seccionadas en las mesas ahí situadas.
Cómo se votó en 1983
En ese entonces las mesas estaban divididas por sexo. No eran mixtas. En las filas, muy extensas, nadie se molestaba por la demora. Valía la pena esperar. La gente estaba convencida de cumplir con las normas, de tomarse los comicios con la seriedad (y la alegría) que correspondía. Si los dos días previos la veda se había cumplido de manera estricta, ese domingo el fantasma de que a alguien le impugnaran el voto por cantarlo, restringió las conversaciones en las filas y en las inmediaciones de los colegios. Los que llevaban las boletas de sus casa, las tenían bien guardadas en bolsillos y carteras (en las semanas previas miles de mesas en las calles y los innumerables locales partidarios que se establecieron en todas las ciudades se encargaron de entregar las boletas de sus candidatos).
La concurrencia fue enorme. Ese nivel de participación no volvió a repetirse en las siguientes cuatro décadas. A la muchedumbre con ansias de dejar atrás la sombra de la Dictadura, se le sumaban unos nuevos protagonistas, azorados y divertidos: los niños. Padres y madres fueron acompañados por sus hijos, que ingresaban al cuarto oscuro y eran los que introducían el sobre en la urna provocando. Siempre, en cada una de las cientos de veces que ocurrió en cada mesa del país en esas 10 horas de votación, hubo sonrisas emocionadas de los que asistían al momento.
En los meses previos millones de argentinos se habían afiliado a los diferentes partidos políticos. El peronismo logró un récord mundial de afiliados con la ayuda de los sindicatos. El radicalismo también tuvo éxito en esa conscripción. Pero aun los partidos menores obtuvieron adhesiones, como si todos los ciudadanos quisieran mostrar su encuadre política, su vocación por participar en las diferentes manifestaciones ideológicas y partidarias.
A las 18 horas los canales de televisión abrieron sus transmisiones. En ATC Roberto Maidana y Mónica Gutiérrez, entre otros, se disponían a encabezar una transmisión de casi 12 horas de duración (varios tramos de esa emisión se pueden ver en YouTube). Mónica Gutiérrez abrió aclarando que la junta electoral acababa de confirmar que no se extendería el horario de votación pero que todos aquellos que estuvieron dentro de las escuelas, haciendo las colas frente a sus mesas, podrían sufragar.
Después hubo que esperar bastante para saber los resultados de las primeras mesas. El centro de cómputos se instaló en el Centro Cultural San Martín, un lugar que, poco después, volvería a ser sede de una instancia vital para la democracia argentina y su consolidación: allí durante 280 días funcionó la CONADEP, la Comisión Nación sobre Desaparición de Personas.
Hoy en épocas de internet, sistemas informáticos complejos y diseñadores gráficos, parece inverosímil lo arduo y engorroso que resultaba comunicar los resultados. Desde el centro de cómputos alguien leía mesas, números y porcentajes en un continuo que en la actualidad aburre pero que esa jornada mantuvo en vilo a cada argentino. Cuando volvían al estudio, los periodistas seguían leyendo mesas de diferentes partes del país, daban paso a algún analista (algo desorientado) o se contactaban con los móviles en las sedes del radicalismo y el justicialismo.
En la sede peronista, durante las primeras conexiones, reinaba la confianza. Mensajes victoriosos, cálculos (demasiado) optimistas, bombos y la Marcha en loop. En la casa de los radicales pasaba algo parecido: sonrisas amplias, entusiasmo, un aire irrefrenable de triunfo. En las calles manifestantes de los dos partidos mayoritarios cantaban y festejaban. Se sentían ganadores pero nadie sabía en realidad qué había sucedido.
Con la llegada de los primeros datos, la sensación de victoria se instaló entre los radicales. Se acentuó cuando se consolidaron los resultados en la Provincia de Buenos Aires, en ese territorio siempre hostil para sus candidatos, no sólo estaban haciendo una buena elección, estaban ganado la provincia. Y no sólo en la presidencial sino que Alejandro Armendáriz, el Titán, estaba derrotando con relativa amplitud a Herminio Iglesias, candidato del Justicialismo.La fórmula justicialista estuvo conformada por Ítalo Lúder y Deolindo Bittel
La provincia de Buenos Aires era el gran temor de los hombres cercanos a Alfonsín. Una derrota allí, tal como preveían, podía generar un problema muy grave; mucho más grave que perder la elección nacional. Podía desencadenar una guerra civil, calculaban algunos. Hay que recordar que la Constitución Nacional vigente en ese entonces establecía un sistema de Colegio Electoral. Lo que se elegían en estas elecciones eran electores que luego, en noviembre, elegirían al presidente. Y para ganar se necesitaban 301 electores. Entonces, podía ocurrir que los peronistas, imponiéndose en la Provincia de Buenos Aires, consiguieran más votos nominales que su oponente pero menos electores y que pese a tener la mayor cantidad de votos en el país perdieran la elección. Si, cuarenta años después, esta explicación suena enrevesada, imagínense el efecto que podría haber tenido en 1983 una resolución de este tipo.
De todas maneras, Alfonsín con su aplastante victoria, con más del 51% de los votos, tuvo una holgadísima mayoría en el Colegio Electoral, que se conformó como una mera formalidad en los primeros días de diciembre del 83.
EN LA PAMPA
En tanto en La Pampa la fórmula Rubén Hugo Marín y Manuel Justo Baladrón ganaban la provincia, superando a otros dos partidos muy fuertes como el radicalismo y el Mofepa.
Fuente: Infobae/redacción